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La Justicia Divina


“El reino de los cielos se parece a un propietario que salió de madrugada a contratar obreros para su viñedo. 2 Acordó darles la paga de un día de trabajo y los envió a su viñedo. 3 Cerca de las nueve de la mañana, salió y vio a otros que estaban desocupados en la plaza. 4 Les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo, y les pagaré lo que sea justo.” 5 Así que fueron. Salió de nuevo a eso del mediodía y a la media tarde e hizo lo mismo. 6 Alrededor de las cinco de la tarde, salió y encontró a otros más que estaban sin trabajo. Les preguntó: “¿Por qué han estado aquí desocupados todo el día?” 7 “Porque nadie nos ha contratado”, contestaron. Él les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo.”


8 »Al atardecer, el dueño del viñedo le ordenó a su capataz: “Llama a los obreros y págales su jornal, comenzando por los últimos contratados hasta llegar a los primeros.” 9 Se presentaron los obreros que habían sido contratados cerca de las cinco de la tarde, y cada uno recibió la paga de un día. 10 Por eso cuando llegaron los que fueron contratados primero, esperaban que recibirían más. Pero cada uno de ellos recibió también la paga de un día. 11 Al recibirla, comenzaron a murmurar contra el propietario. 12 “Estos que fueron los últimos en ser contratados trabajaron una sola hora —dijeron—, y usted los ha tratado como a nosotros que hemos soportado el peso del trabajo y el calor del día.” 13 Pero él le contestó a uno de ellos: “Amigo, no estoy cometiendo ninguna injusticia contigo. ¿Acaso no aceptaste trabajar por esa paga? 14 Tómala y vete. Quiero darle al último obrero contratado lo mismo que te di a ti. 15 ¿Es que no tengo derecho a hacer lo que quiera con mi dinero? ¿O te da envidia de que yo sea generoso?” (Mateo 20, 1-15).


La justicia de Dios y nuestra justicia son muy diferentes. Es lo que nos quiere enseñar Jesús a través de esta parábola. Nuestra justicia se fundamenta en normas y leyes, principios morales que nos inclinan a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde, colocando así, límites a las acciones que realizamos, pensando en el bien común. Es una justicia legal, donde lo fundamental es el cumplimiento exacto de la ley.


Por su misma naturaleza, nuestra idea de justicia es una justicia limitada; una justicia cerrada; una justicia “corta de vista”, que castiga o premia sólo lo que ve. La justicia de Dios, en cambio, es una justicia abierta; una justicia sin límites; una justicia iluminada y fortalecida por la misericordia, que es el principal atributo divino; una justicia generosa; una justicia donde lo más importante no es la ley o la norma que regula las acciones, sino la persona, el ser humano.


Todo lo que Dios nos da a lo largo de nuestra vida, es absolutamente gratuito y por lo tanto, no podemos compararnos con nadie, ni hacerle reclamos. Si dependiéramos de nuestros méritos, hace ya mucho estuviéramos perdidos, porque… ¿cuánta gente hay mejor que nosotros?.


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